Traductora: Natalia Navarro
Editorial: Stefano
224 páginas
Durante las últimas dos décadas, Rocky ha esperado con ganas la escapada anual de su familia a Cabo Cod. Su humilde casa de alquiler en el pueblo costero ha sido hogar de recuerdos dulces, días soleados, estupendas comidas y desastres de todo tipo: emocionales, maritales y, gracias a las tuberías antiguas de la casa, también sépticos.
Las vacaciones de este año, con Rocky atrapada en medio de sus hijos jóvenes y sus padres ya mayores, prometen ser tan encantadoras como las de veranos anteriores, excepto, tal vez, por las crisis hormonales de rabia y melancolía que sufre Rocky. (¡Hola, menopausia!). Su cuerpo está cambiando y también su vida. Entonces, una sucesión de acontecimientos envía a Rocky al pasado para revivir tanto la ternura como el dolor de un montón de veranos pasados.
Es una semana inestimable: todo está en equilibrio, todo fluye. Y cuando Rocky se encuentra cara a cara con la historia y el futuro de su familia, se ve obligada a aceptar que ya no puede esconder sus secretos a las personas que quiere.
Esta novela es muy distinta a todo lo que estoy leyendo últimamente y me ha encantado el soplo de aire fresco y el cambio de registro que ha supuesto para mis lecturas y mi trabajo. Mis gustos literarios cada vez se van inclinando más hacia la novela contemporánea, realista, la que habla de personas de verdad, del día a día, y Sandwich es justo eso. A pesar de que yo no estaría dentro del público objetivo de la lectura, me he sentido muy identificada (y afectada) por muchas partes de esta. Rocky es una mujer en plena menopausia con unos hijos ya en la veintena e independizados, y unos padres mayores que están sufriendo los achaques de la edad. Ella está en medio: entre los cuidados de unos hijos que, en realidad, ya no la necesitan, y de unos padres que empezarán a necesitarla cada vez más. La generación sándwich, la llaman: personas en edad de cuidar de sus padres mayores y también de sus hijos.
Rocky se va de vacaciones con su familia a una casita cerca de la playa que visita todos los años. Es su semana, la que más disfruta, en la que reúne a sus hijos y padres, la semana de la familia. Y justo es esa semana la que narra el libro, que intercala presente con recuerdos, y es en esos recuerdos en donde me he visto más reflejada, porque justamente estoy viviendo la época dorada de Rocky, cuando sus hijos eran pequeños y lo que entonces le parecían momentos estresantes y caóticos, son ahora recuerdos nostálgicos de los mejores días de su vida. Y yo, que soy una nostálgica por naturaleza, he llorado y me he emocionado muchísimo con sus palabras porque sé que este es mi momento, porque sé que, por muy negro que se vean en ocasiones, estos son los días que echaré de menos en el futuro. Llorar por algo que está aún por pasar es mi especialidad, pero, para que comprendáis el realismo de la novela: es imposible no sentirse un poco Rocky, pues sus sentimientos son los sentimientos de muchas madres, sus vivencias son las nuestras; es una mujer muy sensible que lo sobrepiensa todo, que vive con intensidad y que también sufre con intensidad. Me ha parecido un personaje sobresaliente, aunque a veces pueda poner de los nervios al lector, y más si este no es capaz de calzarse sus zapatos o de comprender lo que está viviendo. Por supuesto, no todo me ha parecido tan bueno, es una mujer bastante nerviosa y volátil, en muchas ocasiones no la he comprendido, sobre todo en el tema de su relación con su marido, pero tal vez sea porque yo no estoy en ese punto y, por tanto, no puedo juzgar.
El resto de personajes son también muy interesantes, sobre todo me ha gustado su hija, tan empática, tan amable, tan divertida. El libro está lleno de situaciones graciosas que harán reír al lector, pero también de momentos sensibles que lo harán emocionarse. Es una novela muy ágil, breve, de lectura fácil y ritmo constante. Yo estoy encantada.
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